Desde el momento en que salí de Madrid, el aire fresco de la mañana me daba energía para iniciar una nueva excursión. El trayecto hacia Segovia, serpenteando por caminos que atravesaban campos y colinas, fue una introducción perfecta a la belleza que me esperaba. La ciudad, a tan solo una hora de la capital española, me esperaba con un legado histórico que no imaginaba tan fascinante, siempre con el toque de los expertos de Fun & Tickets.
El Acueducto Romano fue lo primero que me dejó sin palabras. Imponente, casi mágico, con sus 5000 bloques de granito, uno sobre otro, como si desafiara al tiempo mismo. No pude evitar quedarme observando su grandiosidad, preguntándome cómo algo tan antiguo puede seguir tan bien conservado. Esta maravilla, de 1850 años de antigüedad, me hizo sentir como si estuviera caminando por aquellos tiempos históricos.
Seguí mi camino, explorando las estrechas calles de Segovia, donde cada rincón parecía contarme algo. El casco histórico de la ciudad está lleno de secretos, y mientras caminaba por sus empedradas avenidas, sentí que atravesaba tres épocas distintas: la musulmana, la hebrea y la cristiana. Me sorprendió descubrir que la catedral gótica, tan grandiosa y llena de historia, se encontraba en el lugar donde antes residían los judíos, un contraste que me invitó a reflexionar sobre la convivencia de diferentes culturas y religiones a lo largo de los siglos.
El Alcázar de Segovia, que me esperaba al final de la ciudad, fue como vivir un cuento de hadas. Este castillo, con su silueta que inspiró muchas películas, parece sacado de una postal y me hizo sentir como si estuviera viajando en el tiempo, imaginando las historias de reyes y nobles que vivieron allí. Lo recorrí con fascinación, sintiendo la historia de Segovia en cada una de sus habitaciones.
La jornada programada por el guía de Fun & Tickets, no solo se trataba de admirar monumentos, sino también de sumergirse en la vida cotidiana de la ciudad. La gastronomía local, con su famoso cochinillo asado, me cautivó al primer bocado. Al almorzar en uno de los restaurantes locales, entendí por qué este plato es tan emblemático. Cada sabor parecía contarme la historia de la región, y no pude evitar disfrutar de cada detalle, mientras observaba a los locales disfrutar de su día a día en la Plaza Mayor.
Después de un almuerzo delicioso, me aventuré a recorrer el Valle del Eresma, donde la tranquilidad del paisaje y la belleza natural me ofrecieron una perspectiva diferente de la ciudad. La Casa de la Moneda, testimonio de la evolución industrial de Segovia, fue el siguiente punto de mi recorrido. A lo largo del valle, los árboles y ríos parecían susurrarme historias de antaño, mientras el ambiente tranquilo me ayudaba a conectar más profundamente con el lugar.
Como parte del viaje, recorrí también los barrios antiguos de la ciudad, como el Barrio Judío y el Barrio de los Caballeros. Las calles, como especie de laberintos llenos de historia, me llevaron a reflexionar sobre el paso del tiempo y cómo Segovia ha logrado mantener intacto su carácter a pesar de los siglos.
Al final del día, mientras caminaba por las murallas medievales, sentí que había recorrido mucho más que una ciudad: había viajado a través del tiempo, del arte, de la gastronomía y de la vida misma. Cada rincón de Segovia me ofreció algo único, algo que va más allá de lo visible. La ciudad se siente viva, vibrante, y sus historias se entrelazan con las mías de una manera especial.
Regresé a Madrid con la sensación de haber vivido una experiencia única, de haber descubierto una ciudad que no solo cuenta su historia, sino que te invita a formar parte de ella. Segovia no es solo un destino, es una vivencia completa, un viaje que no se olvida.
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Fotos y texto: Carlos Bernuy
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