Acostumbrado a recorrer los caminos por sus labores periodísticas, el autor expone sus temores y aprehensiones antes y durante sus vacaciones en familia en el Cusco. Es tanta su preocupación -especialmente por como se adaptaría a la altura su hijo de tres años- que evoca los exámenes llenos de problemas que lo atormentaban en su época escolar. Y si bien no es común realizar este tipo de mezclas temáticas en una crónica andariega, igual le recomendamos leer este texto, sobre todo si usted es un padre inexperto en el ‘arte’ de viajar con niños.
Y si se asusta. Y si le da soroche. Y si se aburre. Y si no aguanta el frío. Y si no puede dormir. Y si quiere volver a casa. Y…, tantos ‘y’ de duda e incertidumbre que a ratos me daban ganas de suspenderlo todo y quedarme para siempre en el hogar dulce hogar, porque eso de salir de viaje con él -un pequeñín de tres años con su yapita de cuatro meses- planteaba más problemas que un examen de matemáticas.
Una de esas pruebas que me hacían sufrir hartísimo en el colegio y en las que mi mayor pretensión era alcanzar un once que me librara de salir jalado, algo que para mi no era un drama; al contrario, estaba convencido de que los rojos le daban color y vivacidad a mi libreta. Lástima que esa opinión no fuera compartida por mis padres. Ellos -bah, qué aburridos- solo querían ver puros azules.
Sospecho que pecaré del mismo aburrimiento de aquí a algunos años, pero prefiero no pensar en eso. En este momento tengo otras complicaciones… y si se enferma y si le cae mal la comida y si se extraña sus juguetes. Alto. Tranquilízate, por favor. Recuerda, eres un viajero y si es verdad aquello de que lo que se hereda no se hurta, el chiquitín debería de pasarla de lo lindo en los caminos.
Total, ya ha dado muestras de que se entiende con las rutas y las travesías, pero, sí, lo sé, hay varios peros: nunca ha volado ni subido al vagón de un tren, nunca ha estado en una ciudad de altura ni soportado una lluvia intensa, por mencionar solo un par de ejemplos. Capaz no le gusta el ruido del avión y se pone a llorar irritando a los demás pasajeros que lo mirarían con ojos de furia.
Si eso sucediera estoy seguro de que estaría más tembleque que una gelatina aguada de 50 céntimos, porque debo de admitir con hidalguía que mi experiencia rutera no incluye ningún conocimiento sobre el ‘arte’ de vacacionar con niños. En esos avatares de padre andariego estoy en pañales, por lo que la posibilidad de embarrarla -en sentido figurado, siempre aclarando- es bastante alta.
Qué hacer si eso ocurría. Qué hacer si se mareaba en el tren. Qué hacer si el soroche lo tumbaba y no quería salir del cuarto. Tantas dudas. Tantas ideas sombrías daban vueltas por mi mente en las horas previas de la partida hacia el Cusco, el Valle Sagrado y la maravillosa Machu Picchu, los destinos elegidos para una inédita aventura familiar en la que él, ella y yo aprenderíamos a viajar juntos.
Todo es distinto. Desde la planificación hasta el armado de los equipajes. Si esta fuera una guía de cómo viajar con niños, mi primera recomendación sería la de descartar los vuelos y traslados madrugadores. Un infante somnoliento o hambriento se convertirá en un pésimo debutante en un avión, por lo que es necesario buscar y encontrar horarios que se acomode a los hábitos del pasajerito.
No más consejos. Esta no es una guía, es una crónica o al menos eso es lo que le prometí al editor de esta página, aunque a estas alturas ya no sé bien lo que escribo. Será que el recuerdo de aquellos exámenes de matemáticas originaron un súbito bloqueo mental, igualito al que me acompañó durante años en las aulas escolares, cuando me enfrentaba a los números, variables, fórmulas y teoremas.
Pasado. Ahora las únicas cifras que me obsesionan son la de la puerta de embarque y las del vuelo que ya está a punto de partir sin nosotros. Eso nos pasa por distraídos, por hacernos un selfi, por mirar ese “avión de muchos coloritos, papá” que nos llevaría al ombligo del mundo, para conocer en familia el legado incaico… ¿y si no le gustan las piedras?, ¿y si se cansan en las escaleras de Machu Picchu?
Despegue. Ruido, movimiento, tensión, pero él no llora, él está feliz. Se divierte. Conversa con mamá, mientras hace volar el Boeing 747 que no quiso dejar en casa. Su ‘amigo avión’ fue un buen compañero en el aire y en la tierra, al igual que los carritos y otros juguetes que seleccionó y colocó en su mochila. Buena idea para combatir el aburrimiento y mantener el contacto con su hogar, con su mundo.
Llegar. La amenaza del soroche. El temor al mal de altura. Primera tarea: abrigar al chiquilín. Es lo que recomiendan, es lo que he recomendado más de una vez a los adultos que visitan destino de altura. Él no entiende. Él no quiere. Él se encapricha. Baja con polito nomás. Sale del aeropuerto empujando con entusiasmo su taxi rojo, así llama a nuestra maleta con ruedas.
Miedo superado. No hay dolor de cabeza ni náuseas ni frío. El pasajerito resiste y se las arregla para entretenerse siempre. Lo hace en el hotel del Valle Sagrado persiguiendo hormigas o descubriendo el eco de su voz al gritar en una vasija enorme que está en un jardín cercano al mítico río Urubamba. Lo repite en su ‘casita de pompones’ de Ollantaytambo, un espacio acogedor de nuestro hospedaje.
Allí también se pone a ‘trabajar’ como papá en una vieja máquina de escribir que se exhibe como lo que es en la actualidad, una pieza de museo. Pensar que las utilicé en mis asignaciones de estudiante y en mis inicios en la revista Sí. Qué viejo estoy, pienso, mientras mi hijo salta, corretea, se distrae viendo las flores o el agua que corretea por los canales de Ollantaytambo, la ciudad inca viviente.
Recorrer las calles. Piedras. Muchas piedras. ¿Te gustan?… “papá, ¿yo quiero ir a los juegos para niños?” Problemas. Dónde abran toboganes, columpios, sube y baja. No pensamos en ese detalle. Preguntamos. No hay nos dicen. Verdad o mentira. Buscar y no encontrar. Tratar de que el impase no se convierta en crisis. Cambiar del tema. Hablarle de otra cosa. Decirle que mañana nos iremos en tren.
La estación. La gente. El movimiento. La espera. La impaciencia “¿A qué hora subimos, ese es nuestro tren, mamá, papá?” Otra experiencia. Otros temores infundados. La pasa de lo lindo en el tren. Al verlo así me siento tranquilo y un poquito ridículo por mis aprehensiones de padre novato. ‘Es un viajero’, pienso con orgullo, mientras imagino todos los caminos que recorreremos juntos.
Él, ella y yo. Unidos por la pasión de explorar, de conocer, de aprender, de vivir nuevos retos y experiencias. Machu Picchu Pueblo. Los candados en el puente. El almuerzo fugaz en el mercado. La cola que avanza a paso de tortuga para comprar los boletos del bus. El ascenso serpenteante admirando el bosque y las montañas. El reloj que avanza y amenaza. Nuestro ingreso es a la dos. ¿Estaremos a tiempo?
Machu Picchu. La joya arqueológica. “¿Y dónde están los juegos?” No hay y hay que inventarlos. Contemos las escaleras. Uno, dos, tres… Se cansa, no se rinde, persiste. Lo logra. Ya estamos en el mirador donde se hacen las fotos clásicas de la llaqta inca; pero él no quiere posar con mamá y papá. Solo quiere correr para ‘escapar’ de los ‘tiburones’ que lo amenazan en la explanada.
Así, imaginando una fantástica e inédita persecución de escualos de altura, recarga sus fuerzas para continuar pasándola bien a su manera en “ese parque que no tiene juegos, mamá”, en ese parque en el que las nubes son un presagio de lluvia. Mala suerte. El clima confabula en nuestra contra. Acelerar los pasos. Sacar el impermeable para protegerlo a él; pero él se enterca, no quiere, lo rechaza.
Mi hijo quiere mojarse. Es un rebelde que acepta feliz los mandatos de la naturaleza. ‘Es un loquillo’, pienso entre la resignación y el susto: y si se resfría y se resbala y si no secan sus zapatillas. Caray, ya basta. Lo mejor es vivir a plenitud el momento y no pensar en problemas que no existen, a diferencia de aquellos que trataba de resolver para lograr ese once salvador que evitaría un rojo en mi libreta. (Continuará).
Infodatos
Antisoroche: una estrategia para evitar este temido mal, es aclimatarse en los pueblos del Valle Sagrado, los cuales tienen menor altitud que el Cusco. En nuestro caso, solo pasamos la última noche en la Ciudad Imperial.
Planificación: trate de organizar su itinerario de visitas respetando los horarios del niño. Si él no está acostumbrado a levantarse temprano, viaje o haga sus visitas a media mañana o en la tarde.
A tener en cuenta: averigüe si en los lugares que va a visitar hay espacios diseñados especialmente para niños y si se realizan actividades turísticas orientas hacia ellos.
Tranquilidad: si bien como padres vamos a tener ciertas aprehensiones y dudas, lo mejor es que nuestros hijos no se percaten de nuestras inquietudes. Hacia ellos siempre hay que lucir seguros y animados.
El descanso: En nuestras vacaciones familiares nuestro hogar se trasladó a:
- Ämak Valle Sagrado, ideal para descansar sintiendo el arrullo del río Urubamba. Dónde: carretera Pisac-Urubamba km 57.2 Huarán, Valle Sagrado. Web: https://amakperu.com/valle-sagrado/
- La Casa de Don David, un hogar familiar convertido en cálido hospedaje. Dónde: avenida Estudiante 174, Ollantaytambo. Facebook: www.facebook.com/lacasadedondavid/
- Casa San Blas Boutique, un espacio inspirador y místico en el corazón del Cusco. Dónde: Tocuyeros 556 Cuesta de San Blas, Cusco. Web: www.casasanblas.com
Fotos y texto: Rolly Valdivia
INFOTUR LATAM
www.infoturlatam.com