Quién tiene la culpa del descarado intento de censura y de la burda estrategia para que no escriba. Es insólito. Nunca me había sentido así, perseguido, acorralado, debilitado por extrañas y desconocidas fuerzas que, desde la llegada a mi destino, se confabularon para complicar mi labor. Una situación que se replicaría -dudo que por casualidad o capricho de la mala fortuna- al retornar a casa.
La fiesta es de San Isidro Labrador, pero los que celebran de lo lindo y se divierten hasta el cansancio son unos diablos danzarines. Eso es lo que ocurre el tercer fin de semana de mayo en los 2596 m s.n.m. de Ichocán (provincia de San Marcos, Cajamarca), “la posada de la larga vida” que se llena de efervescencia para honrar al patrón de los agricultores
No les miento. Todo esto es muy raro y empezó cuando perdí súbitamente la voz ni bien aterricé en Cajamarca. En vano tomé el aguardiente con propóleo que me recomendaron como una cura infalible. La tos y la afonía continuaron, aunque admito que el brebaje me puso medio alegrón, digamos a tono con lo que se vivía, se bailaba, se bebíaen las calles de un pueblo con máscara de algarabía.
Tres días de jolgorio. Tres días de voz apagada que se aclararía milagrosamente al volar a Lima, pero una semana después la afonía retornaría acompañada de varios aliados: ráfagas de estornudos, oídos taponeados y un huidizo dolor de cabeza que se revelaba atronador -como las ejecuciones de la banda que animaba la patronal- cuando atrevidamente me acercaba a la computadora.
En ese momento los achaques se intensificaban, impidiendo que escribiera mi travesía. Todos mis intentos fueron vanos por obra y gracia de esas dolencias que iban y venían, entonces, surgieron las dudas, las sospechas y la búsqueda de uno o varios culpables, porque lo que me pasaba no me parecía normal. Tenía que ser una maniobra tramada en el cielo o en el infierno.
Arriba o abajo. Allí tendrían que estar los perpetradores. ¿La razón?: su desagrado por lo que les voy a contar. Los primeros saben que, al describir a sus malignos enemigos, no consignaré ninguna perversidad, sufrimiento atroz o pecado mortal; mientras que, a los astados del infierno, les causa pavor la posibilidad que los presente como personajes festivos, alegres, cordiales y hasta religiosos.
Ambas opciones, como ustedes comprenderán, romperían la ‘narrativa’ del bien y el mal que usted y yo hemos escuchado desde niños. En ese contexto de incertidumbre y afiebrada convalecencia me sentía morir, pero no solo a causa de mi insólito mal sino, también, por las ganas de saber ¿quién o quiénes eran los culpables de lo que me ocurría?
El Todopoderoso que, más allá de su infinita bondad, se animó a castigar a este escriba descarriado, o, quizás, el mismísimo príncipe de las tinieblas, preocupado de que la siniestra reputación de sus huestes, fuera dañada al difundirse el rítmico accionar de los diablos de Ichocán, tan buenitos que nadie los quiere exorcizar, tan inofensivos y bien vistos que su danza es Patrimonio Cultural de la Nación.
Tal vez, solo tal vez, mis tormentos sean una ‘fina’ cortesía de Isidro de Merlo y Quintana, San Isidro Labrador, festejado el tercer fin de semana de mayo en las casi siempre sosegadas calles ichocaneras, las mismas calles que el siglo pasado escucharon los primeros ‘trinos’ de Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo, la legendaria Yma Súmac, la diva que conquistó al mundo con su voz privilegiada.
Ella tiene ahora un monumento en la plaza, muy cerca de la casa en la que creció. Honor similar han recibido los diablos, aunque su escultura no se encuentra en el corazón del distrito, esta al ladito nomás de la austera y modesta capilla en la que los devotos le rezan -entre velas, frutos, hojas y espigas de maíz- al patrón de los campesinos, nacido en Madrid, España, en 1082.
Ahí se arman la fiesta la noche del viernes. Ahí estrenan sus pasos los hombres, mujeres y niños que honran a San Isidro, como lo hicieron sus padres y abuelos, como dicen que lo hicieron siglos atrás, un grupo de demonios auténticos, de diablos temibles que no llevaban máscaras, de satanes tentadores que incitaban al pecado y a la condena eterna.
Los diablos de San Isidro
Demonios que creen en Dios. Demonios por tradición y costumbre. Demonios de fin de semana. Tres días al año, durante doce años. Ese es el compromiso que deben cumplir los danzantes que dan vueltas y bailan en las cuatro esquinas de la plaza, los danzantes que se adueñan de la celebración, generando -y esta es solo una especulación- una pizca de recelo y hasta de envidia en el venerado labrador.
¿Es por eso qué se las ingenió para enfermarme? ¿Acaso no quería que me enfocara demasiado en los Luciferes de su pueblo? ¿Será que deseaba que centrara mi texto en él?… total, sin él no existirían esos diablos que no son diablos, son maestros, contadores, funcionarios, amas de casa, niños de jardín, ciudadanos como usted que se transforman, que son otros al ponerse la máscara.
Esa es la magia, el encanto, la esencia de la danza que es el orgullo de los hijos de esta tierra noble y productiva. Son ellos, con sus saltos y quiebres, con su zapateo y menear de pañuelos, con sus máscaras artesanales con cuernos de verdad y orejas de mentira, con su amor por lo que aprendieron siendo niños y enseñarán siendo adultos, los que le dan vida y color a la festividad.
Lo siento Diosito, discúlpeme don Sata, pero esa es la realidad que descubrí y la que debo compartir. No me castiguen por eso. Perdóname tú, Isidro, soy consciente de que por andar con los endemoniados bailarines no te presté mucha atención y, lo que es más grave, hasta ahora no he narrado que fueron los mismísimos diablos quienes te rogaron para que les permitieras danzar en tu honor.
Y es que tú, según la versión recogida en Ichocán y consignada en el informe presentado por la Dirección Desconcentrada de Cultura de Cajamarca al Ministerio de Cultura, eras “un agricultor que dedicaba gran parte de su tiempo a la oración y que se reveló como santo por los prodigios realizados durante la faena agrícola en las tierras de su patrón”.
En dicho documento, fundamental para la declaración de patrimonio cultural, se explica que los esbirros de Satán quisieron tentarte con mujeres y riquezas. No lo consiguieron. Resististe estoicamente y en un gesto de bondad, le hablaste a Dios para que los perdonara y los liberara de su corrompida condición. Él te oyó. Él te hizo caso. Lo demás es historia.
Una historia de la que fui testigo, una historia que estoy escribiendo a pesar de mis achaques. Una historia con procesión dominguera, con vecinos que decoran sus fachadas con los frutos del campo, y con agricultores que adornan sus yuntas y se alejan de sus chacras para visitar y acompañar a su santo patrón. A Isidro le rezan, le agradecen, les piden buenas lluvias y abundantes cosechas.
A veces cumple bien, otras no tanto, pero no es su culpa. El clima anda loco, pero, a pesar de sus locuras, la tierra rinde, alguito da, siempre da, por eso se celebra en los años buenos y en los no tan buenos, como los vividos durante la pandemia. Tiempo incierto en el que los ichocaneros se las ingeniaron para transformarse en diablos y entregarse al ritmo -su ritmo- de manera virtual.
Pero mejor no pensar en eso. Lo mejor es encender una vela y rezar para que ese periodo aciago no vuelva. Lo mejor es bailar y brindar por lo que se fueron. Lo mejor es no dejar de ser un diablo bueno, travieso, devoto. Eso es lo que sucede en Ichocán. Eso es lo que he descrito, sin ánimo de irritar a los que están arriba, a los que están abajo. Espero que lo entiendan. Espero que ya no sigan castigándome.
Infodatos
El viaje: De Lima a Cajamarca por vía aérea con JetSMART. Vuelo seguro, confortable y puntual. De Cajamarca a Ichocán por tierra. Hay servicio público todos los días (72 kilómetros).
La danza: los diablos bailan en parejas dentro de un grupo numeroso que da vueltas en la plaza. Hay pasos establecidos, pero no una coreografía estricta, por lo que la inspiración guía a los devotos de San Isidro.
La máscara: se fabrica de manera artesanal, siguiendo la técnica de la escayola (yeso mezclado con agua). Estas llevan cuernos de carnero y resaltan por sus ojos azules, piel rosada y bigote*.
La vestimenta: manto, camisa o blusa, corbata, faldellín con flecos (o falda), pantalón hasta la rodilla y zapatos de vestir negros. Los trajes llevan flores y estrellas bordadas o estampadas. También llevan un rebenque (látigo)*.
La música: los diablos bailan al son de la marinera “que finaliza con una fuga en la que se ejecutan pasos complejos y acrobáticos que culminan con saltos y gritos”*.
Orgullo: En 2016 la Festividad de San Isidro Labrador fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación. Un año después la Danza de los Diablos de Ichocán, Paucamarca, San Marcos y Shirac, recibiría el mismo reconocimiento.
Un agradecimiento especial a Roxana Zegarra, promotora cultural, diabla desde los tres años e hija del ya fallecido Leonidas ‘Cololo’ Zegarra, recordado defensor y difusor de la danza de los diablos.
*Datos extraídos de la declaratoria como Patrimonio Cultural de la Nación de la Danza de los Diablos.
Fotos y texto: Rolly Valdivia
INFOTUR LATAM
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