Embestido en Huayhuash ¡Mamita, ahí viene el toro!

En las pantallas un cintillo con la frase En Exclusiva y un sello inmenso con el logo del canal que ensucia la imagen, aunque en este caso el televidente no se perdería de mucho. La fotografía no es espectacular. Todo lo contrario, el encuadre es de lo más común y la luz es pobre. Definitivamente, no se exhibe por su calidad en los noticieros y en los programas dominicales.

En el tramo final de su travesía en la cordillera de Huayhuash (Áncash, Huánuco y Lima Provincias), un toro o una vaca -existen dudas al respecto- atacó al autor de esta nota. El incidente no ocasionó ningún daño físico de consideración, pero sirvió para escribir este relato que va del sensacionalismo a la incredulidad, para terminar proclamando que más allá de cualquier imprevisto, estar en los caminos cordilleranos siempre será una gran opción de vida

Al autor le molestaría que esa fotografía, justo esa fotografía, saliera en los medios. ‘Teniendo mejores. Qué van a pensar de mí’, habría refunfuñado con absoluta razón; pero, si la imagen estaba en el aire en los horarios estelares, era precisamente porque él no podía renegar ni quejarse. Ese era su último clic, su último disparo, como se leía en las pantallas.

Afortunadamente nada de eso llegó a suceder. La toma no se difundió ni viralizó y solo ha sido vista por el periodista viajero que se detuvo en un puente con el objetivo de retratar una catarata que ya conocía, en la que ya había estado. Y si bien no es una belleza, se resiste a borrarla. La mantiene para no olvidar el hecho que pudo provocar lo descrito en los párrafos anteriores.

En verdad pudo, claro que pudo, pero plantearlo así es una exageración y hasta sensacionalismo periodístico. Acaso una artimaña para enganchar a los lectores. Lo cierto, lo real es que después de ese disparo el protagonista de este relato -es decir, este pechito viajero, si me permiten una broma para aliviar la tensión- fue embestido por un toro, sí, un toro, aunque los baja llanta de siempre digan que fue una vaca loca.

Toro o vaca, uno no va a ponerse a distinguir el sexo del rumiante empitonado y enfurecido que quiere ensartar sus cachos en tu frágil humanidad. Toro o vaca, da lo mismo cuando te atacan sin darte tiempo para correr o buscar refugio. Toro o vaca, qué importa eso cuando en un camino hay una bestia empeñada en asustar, perseguir y atemorizar a los andariegos que enrumban sus pasos hacia Huayllapa (Cajatambo, Lima Provincias).

Allá dormirían, no en un carpa como lo hicieron en las dos jornadas anteriores, sino en un hospedaje modesto, pero agradablemente limpio que, después del trajín intenso del Jueves y Viernes Santo se revelaría como un cinco estrellas. Allá se enterarían que el toro-vaca o lo que fuera, intento desgraciarlos a todos en distintos lugares y con diferentes resultados.

Vaya susto que se llevaron los expedicionarios, como si no bastara con el cansancio acumulado y la kilométrica exigencia de ese Sábado de Gloria que, definitivamente, convertiría al domingo en un verdadero Domingo de Resurrección, especialmente para el periodista que acompañaba al grupo, quien por hacer esa foto sin gracia saldría ‘premiado’. Él sería el único corneado por aquel vacuno diabólico.

Vicenta y Eleasar solo tuvieron un susto. Pasaría lo mismo con Inés y sus hijos -él tuvo que correr, ella sostenerse al como sea en el caballo que montaba- También con Oliver y Fania, mas no con la señora Noemí -la cocinera de la travesía- que fue golpeada en la pierna por el desbocado bovino. Alex, Milagros y Pao se salvarían por alargar sus pasos hacia el mirador San Antonio.

El caso de Noemí, la otro Noemí del grupo- sería distinto. Ella cerraba el grupo. Ella iba a su propio ritmo, recordando y confiando en su experiencia. Su reencuentro con las aventuras en las montañas, despertaría su nostalgia, sus ganas de volver a los senderos, de encontrar una forma de vivir que la conecte y la acerque a la cordillera, como empezó a soñar cuando era una estudiante universitaria.

Solo era un juego

Nada, no fue nada. Esa vaquita -sí, así en diminutivo- solo quería jugar. No como andan diciendo por ahí de que atacó con fiereza a un grupo y que casi casi desgracia al periodista que los acompañaba desde Chiquián. No, eso no es así. Ese animalito es tierno. No es toro bravo. De esos que se escapan y se vuelven salvajes en las pampas. Esos sí son de temer.

Pero ellos se entercan, insisten con que estuvieron en peligro y que el periodista ese se salvó de purito milagro de ser despachado al otro mundo, porque por estar distraído no se dio cuenta de que su ocasional compañero de ruta -un joven llamado Giancarlo- le hizo al astado una finta digna de rabo y oreja que lo libraría de la arremetida, pero que terminaría por condenar a quien estaba detrás.

La vaquita continúo su carrera y ¡zas!… Eso es lo que cuentan los que llegaron del campamento Huayhuash, los que superaron el abra Trapecio, los que no armaron sus carpas en Elefante, donde suelen quedarse a pasar la noche la mayoría de los que recorren la cordillera de Huayhuash. Ellos no. Ellos prefirieron hacer su dos por uno, es decir, andar en un día lo que debieron andar en dos.

Por eso estaban tan cansados. Por eso no le creían y hasta se molestaban un poquito con el arriero, cuando este les decía que llegarían a la comunidad a las ocho de la noche y ellos juraban que no, que estaban yendo rápido, que todo era planito después de estar cerquita, pero bien cerquita del nevado Trapecio. Eso es bien bonito, pero bastante altura es, 5000 metros. ¡Qué les parece!

Fácil que inventaron aquello del ataque porque estaban molestos y frustrados; total, siempre les faltaba harto para llegar. Lo más probable es que la vaquita se haya asustado y del puro susto se puso a correr como loca. Suficiente para que ellos se hicieran las víctimas, sobre todo el periodista que tiene pinta de ser un tremendo cuentero.

Lo que él no dice o quiere ocultar es su bajo rendimiento en la tercera jornada en la cordillera de Huayhuash. Pregúntenle cómo se sintió en el primer tramo, después de fotografiar a una vizcacha mimetizada con las piedras. Fue como si el animalito le hubiera quitado la energía. Avanzaba como un zombi y se detenía a cada rato. Así anduvo largo rato, a pesar de que el inicio no era complicado.

Por eso no quiso ir al mirador San Antonio. No se sentía seguro, pese a que después de pasar el abra, su estado había mejorado. Él prefirió no arriesgarse y concentrar sus fuerzas en llegar a Huayllapa lo antes posible. Apuradito iba con sus compañeros, kilómetro tras kilómetros sin descubrir si quiera las casitas de la comunidad, pero observando siempre un paisaje alucinante.

Mirarlo les daba energías.

El protagonista

No tuve tiempo para correr. Todo fue muy rápido después de hacer la foto desde el puente. De pronto, vi que Giancarlo saltaba y que un toro se me acercaba con furia. Tuve miedo, pero no me paralicé. Por instinto me tiré hacia atrás, cruzando uno de mis brazos sobre mi pecho y protegiendo la cámara con mi mano. Hice bien. Si me quedaba parado otro hubiera sido el desenlace.

El animal no me impactó de lleno. Estuvo cerca, muy cerca, tanto así que su cacho derecho aguijoneó mi maxilar izquierdo. Unas gotitas de sangre quedaron como evidencia del impacto. También golpeó una de mis piernas, pero ese dolor desapareció casi de inmediato. Después de la arremetida y todavía sin levantarme del suelo, le pregunté a mi compañero si el toro seguía cerca o ya se había ido.

En ese momento temía que volviera para terminar de desatar su furia. No lo hizo. Al menos no conmigo. Lo intentaría con los compañeros que venían atrás, como también lo hizo con los que estaban delante. Después de ese instante de miedo y confusión, tuve que levantarme, sacudirme el polvo y continuar la ruta. Es lo único que podía hacer, además de tratar de no pensar en lo ocurrido.

Imposible, una voz interior me decía que me había salvado, que un par de centímetros mas arriba o abajo, que si el golpe era más certero, que si no reaccionaba estaría… Así, reviviendo la escena en mi mente, fui acercándome a mi destino, alumbrado por la luz de la linterna de Giancarlo, quien preocupado me recomendaba buscar un médico ni bien llegara.

No lo hice. Me sentía bien. Solo fue un susto, un gran susto, uno que jamás había experimentado en mis años de periodista viajero, tanto así que estaba en duda de escribirlo. Me animé a hacerlo, pero jugando un poco con el hecho y presentándolo, desde distintas perspectivas, desde el sensacionalismo desbordado al testimonio personal, pasando también por la incredulidad extrema.

Después de lo ocurrido, sé que cada vez que vea a un toro o a una vaca en mis rutas, me acordaré del puente, de la caída de agua, del salto de Giancarlo y del cacho que se acercaba a mi rostro, pero a pesar de eso, mis ganas de seguir viajando siguen intactas. Sí, continuaré andando, siempre andando porque eso es lo que hago, lo que me gusta, lo que me hace sentir bien.

Y ese gusto, ningún toro o vaca por más loca que esté, logrará quitármelo.

Infodatos

A tener en cuenta: la cordillera de Huayhuash tiene 30 kilómetros de extensión, compartidos por las regiones Áncash, Huánuco y Lima Provincias.

La jornada: La caminata comenzó a las 7:30 de la mañana y se prolongó hasta las 8 de la tarde.

La vuelta: existen diversas alternativas para recorrer Huayhuash. Hay opciones de 12, 10 días u 8 días; pero la propuesta de Alex Milla Curi de Chiquián Travel Tours, se reduce a cuatro intensas y largas jornadas. Es ideal para caminantes con experiencia y que no cuentan con tiempos largos para sus actividades turísticas.

El gigante: el nevado Trapecio tiene una altitud de 5644 m. y el paso alcanza los 5000 m. Los caminantes ascienden desde el campamento Huayhuash (4400 m.)

Fotos y texto: Rolly Valdivia
INFOTUR LATAM
www.infoturlatam.com

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