Hoy, mientras me encuentro en el valle de Supe, en la región Lima, Perú, estoy maravillada por la majestuosidad de la Ciudad Sagrada de Caral, considerada la cuna de la civilización en América. Este sitio arqueológico, que data de aproximadamente 5,000 años atrás, se erige como un testimonio de la capacidad humana para crear y organizarse en torno a una estructura social compleja, y me siento profundamente privilegiada de poder compartir esta experiencia.
Desde el momento en que pisé la tierra de Caral, entedí que estaba ante un lugar sagrado, un vestigio de una civilización que se alzó en la costa peruana hace 5,000 años. Este sitio, que hoy conocemos como la Ciudad más Antigua de América, me ha revelado la grandeza de un pueblo que antecedió, en mucho, a los incas, y que sentó las bases de lo que más tarde se convertiría en los complejos sistemas sociopolíticos de los Andes centrales.
Caral, cuya grandeza se despliega en una vasta extensión de pirámides, anfiteatros, plazas y centros habitacionales, es un testimonio palpable del ingenio humano y la organización social. Las pirámides fueron construidas en base a piedras unidas con mortero de arcilla y grava, y con shicras, bolsas de fibras naturales rellenas de piedras, que se pueden admirar en la zona.
Este lugar no solo es un conjunto arquitectónico, es un símbolo de la capacidad de los antiguos peruanos para construir un estado político que perduraría a través de los siglos.
Al andar por sus caminos, puedo sentir el eco de sus habitantes, que vivieron en armonía con el entorno y desarrollaron técnicas avanzadas de irrigación, que aún hoy asombran a los expertos.
Una de las características más fascinantes de Caral es su división en dos áreas: Caral Alto y Caral Bajo. Esta organización revela un profundo conocimiento de la planificación urbana, donde la comunidad se congregaba en espacios ceremoniales y rituales. En el corazón de esta ciudad se encuentra la Pirámide Mayor, la estructura más imponente del conjunto. Con su forma monumental, me recuerda la devoción de un pueblo que miraba al cielo en búsqueda de respuestas.
El Templo de Anfiteatro, otro de los atractivos que me deja sin aliento, fue un lugar de encuentro ceremonial. Su diseño, que incluye una antesala y una plaza circular, sugiere que aquí se llevaban a cabo rituales que unían tanto lo sagrado como lo social. Me imagino a los antiguos habitantes de Caral, vestidos con sus trajes ceremoniales, compartiendo historias y celebrando la vida en este espacio sagrado.
La Pirámide de Huanca, con su alineación astronómica, me lleva a pensar en la conexión que estos antiguos peruanos tenían con el cosmos. No era solo un lugar de adoración, sino un observatorio desde el cual se podía contemplar el cielo. Es asombroso pensar que ya en aquel entonces, nuestros antepasados tenían una comprensión del universo que les permitía predecir fenómenos astronómicos.
Por último, la Pirámide de la Galería, un espacio íntimo que solo permite la entrada a una persona, sugiere que aquí las ceremonias eran altamente personales y específicas. Quizás se trataba de rituales en los que se buscaba la conexión directa con lo divino, donde cada individuo podía encontrar su propio camino hacia la espiritualidad.
El descubrimiento de Caral, en 1997, estuvo a cargo de la arqueóloga peruana Ruth Shady, actual directora de la Zona Arqueológica Caral (ZAC) del Ministerio de Cultura, un hito que transformó nuestra comprensión de la historia. A menudo, se piensa que las civilizaciones complejas nacieron en lugares lejanos como Egipto o Mesopotamia, pero Caral nos demuestra que América también fue cuna de grandes culturas que florecieron en su propia singularidad. Este reconocimiento no solo enriquece nuestro patrimonio, sino que también nos invita a reflexionar sobre la diversidad y la riqueza de la historia del Perú y de América.
En diversas oportunidades la destacada arqueóloga Ruth Shady, ha destacado que la arquitectura de Caral es un recordatorio palpable de la destreza de los antiguos habitantes, quienes, sin herramientas modernas, lograron erigir estas estructuras colosales que han perdurado a lo largo de milenios.
Ahora, Caral se erige no solo como un sitio arqueológico, sino como un símbolo de identidad y orgullo para todos los peruanos. Al visitar esta ciudadela, no solo se contempla la arquitectura monumental, sino que se respira la historia de un pueblo que, a pesar de los siglos, sigue vivo en nuestro legado cultural.
Invito a todos a explorar este maravilloso lugar, a descubrir sus misterios y a apreciar la herencia de aquellos que nos precedieron. La ciudadela de Caral no es solo un destino turístico; es un viaje al pasado que nos conecta con nuestras raíces y nos enseña sobre la grandeza de la civilización humana.
Por: Stephany Díaz
INFOTUR LATAM
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