Cusco, la antigua capital del Imperio Inca, siempre está en mi lista de destinos favoritos. Su rica historia, su impresionante arquitectura y la calidez de su gente me atraían como un imán. Finalmente, en mi reciente viaje, tuve la oportunidad de explorar esta ciudad mágica que combina lo ancestral con lo contemporáneo. Aquí comparto mi experiencia personal en este rincón del mundo que me dejó huellas imborrables.
Al aterrizar en el Aeropuerto Internacional Alejandro Velasco Astete, sentí una mezcla de emoción y nerviosismo. La altitud, a más de 3,400 metros sobre el nivel del mar, me hizo tomar conciencia de que estaba en una región única. Mientras descendía del avión, la vista de las montañas que rodean la ciudad me dejó sin aliento, no solo por la altura, sino también por su belleza.
Al llegar al centro histórico, la Plaza de Armas se erguía majestuosamente, rodeada de edificaciones coloniales y la imponente Catedral de Cusco, que reflejaba la fusión de culturas. La vibrante atmósfera de la plaza, con sus mercados llenos de artesanías y el aroma de la gastronomía local, me envolvió por completo.
Decidí comenzar mi recorrido en el Qorikancha, el antiguo Templo del Sol, que es un claro ejemplo de la ingeniería inca. Las paredes de piedra perfectamente acopladas contrastan con los muros coloniales que lo rodean, un recordatorio del pasado y de la conquista. Mientras caminaba por sus pasillos, podía casi escuchar las historias de los sacerdotes incas que allí ofrendaban al dios Inti. Me detuve a contemplar los jardines que, según cuenta la leyenda, estaban repletos de oro y plantas exóticas.
Mis pasos me llevaron a las estrechas calles empedradas de San Blas, un barrio bohemio que rebosa de arte y cultura. Cada esquina parecía contar una historia, con pequeñas galerías y talleres de artesanos que exhibían su trabajo. Me detuve en una tienda de cerámica y conversé con un artesano local que compartió su pasión por el arte de la alfarería, transmitida de generación en generación. Su entusiasmo era contagioso, y al final de nuestra charla, me fui con una hermosa pieza que ahora adorna mi hogar.
La cocina cusqueña fue otro de los grandes atractivos de mi visita. Decidí probar el famoso cuy chactado en un restaurante local. La textura crujiente y el sabor ahumado me sorprendieron, y aunque al principio la idea de comer cuy me resultaba extraña, me alegra haberlo hecho. También disfruté de un ceviche fresco y de la deliciosa sopa de quinua que me reconfortó en las noches frías.
Una de las experiencias más memorables fue asistir a una presentación de danza tradicional en un pequeño teatro local. Las coloridas vestimentas y los ritmos vibrantes me transportaron a épocas pasadas. Cada movimiento contaba una historia de conexión con la tierra y las tradiciones ancestrales. Al final del espectáculo, me uní a los danzantes en una pequeña celebración, sintiéndome parte de esa herencia cultural tan rica.
Mi viaje a Cusco no solo fue una exploración de paisajes y sabores, sino también un encuentro profundo con la historia y la cultura de un pueblo que ha sabido mantener viva su esencia a lo largo de los siglos.
Me llevo en el corazón las sonrisas de sus habitantes, la majestuosidad de sus construcciones y la calidez de su hospitalidad. Cusco, la ciudad imperial, no es solo un destino turístico, es un lugar donde el pasado y el presente se entrelazan, y donde cada rincón tiene algo que contar. Sin duda, volveré a visitar este tesoro andino.
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Fotos y texto: Stephany Díaz
INFOTUR LATAM
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