La algarabía del carnaval atrae todas las miradas y despierta el interés de los viajeros, entonces, la ciudad se convierte en el anhelado destino de aquellos que buscan vivir, sentir, acaso hasta perderse en el frenesí de las patrullas y comparsas; y, también, ser un “combatiente” mil veces herido en el descontrol de la guerra de agua y pintura que se declara a la entrada del Ño Carnavalón.
Si bien el carnaval es una excelente razón para visitar Cajamarca, la ciudad y sus alrededores son atractivos durante todo el año. No lo piense más y no espere hasta el retorno del Ño Carnavalón, para conocer un destino que -con fiesta o sin fiesta- siempre es inolvidable.
Y nadie se rinde. Y no hay armisticio. Y todos son potenciales víctimas y victimarios: los policías, los comerciantes, los turistas recién llegados al aeropuerto, los taxistas y mototaxistas que se atrincheran en sus vehículos que ya no son azules ni rojos o amarillos. Ahora son multicolores por obra y gracia de los carnavaleros que imponen sus arrebatos festivos en los barrios de la ciudad.
Canta, baila y brinda Cajamarca. No hay manera de resistir. No existe forma de mantenerse al margen o escapar. El carnaval te persigue, te alcanza, te acorrala y te roba una sonrisa con los encendidos versos de las coplas, te deja boquiabierto con el fulgor de las vestimentas de las patrullas y comparsas, con la originalidad de los carros alegóricos y el contagioso bailotear de los clones.
“Ellos son los personajes principales. Dirigen las patrullas y comparsas”, explica Ángel Chuquipiondo Zegarra, un joven artista que traza y pinta los ojos, las pestañas, los bigotitos y otros detalles en las máscaras que ocultan la verdadera identidad de los clones. Ellos resaltan con sus trajes brillantes y sus cucuruchos, los gorros cónicos y puntiagudos que parecen proyectarse hacia las nubes.
Esas mismas nubes que le entran al jolgorio y al juego, cuando bañan y refrescan con un chubasco a los carnavaleros que alborotan las calles del centro histórico, durante el multitudinario Concurso de Patrullas y Comparsas. “¿Dejar de bailar…? ¡No, con lluvia o sin lluvia se baila sino mi Dios no haría los carnavales en febrero!”, arenga sin dejar de moverse ni perder el ritmo una señorita con alas de ángel.
No es la única que sigue danzando al son de la guitarra y el acordeón, de la tarola y el bombo, de la trompeta, la tuba y el saxofón, de la caja, la flauta y el clarín cajamarquino, ese instrumento tradicional de tres o cuatro metros de largo hecho con carrizo y cuya bocina se hace con una especie de calabaza. Único en el Perú, es Patrimonio Cultural de la Nación, al igual que la copla y el contrapunto.
Todo eso en un carnaval inolvidable. Mucho más que eso en la fiesta más alegre del Perú por obra y gracia del Ño Carnavalón, el efímero gobernante o rey que impone su desquiciada monarquía, cuarenta días antes del Domingo de Ramos. Es el momento para pecar, romper las normas, de ser otro detrás de una máscara o un disfraz. Total, ya llegará el arrepentimiento y la absolución en la Semana Santa
Pero nada es eterno. El carnaval termina con el velorio y el entierro del Ño Carnavalón. Retorno a la rutina sin comparsas ni patrullas, sin las coplas sarcáticas, sin el Gran Corso con sus reinas de sonrisas mágicas y los fantásticos carros alegóricos que circulan por el óvalo Musical y la vía de Evitamiento, entre otras avenidas desbordadas por la algarabía de miles de personas decididas a ser felices.
Cajamarca, la otra cara de una ciudad que es mucho más que una celebración memorable. Cajamarca, el lado B de una tierra de altura que puede o debe recorrerse sin agitaciones festivas, para disfrutar de su legado histórico, de sus aguas termales que relajan hasta el alma, de sus campiñas que regocijan la vista, de sus templos donde la fe se expresa artística y armoniosamente.
Caminar, explorar, descubrir el Cuarto del Rescate -Atahualpa, Pizarro, el oro y la plata, la promesa incumplida, la muerte del Hijo del Sol-; el cerro Santa Apolonia -las escaleras, el mirador, la urbe a tus pies-; el conjunto monumental Belén, el pasado colonial, la fe del siglo XVIII, la casa de Dios, los hospitales construidos para varones y mujeres donde ya no hay enfermedad, donde ahora solo hay arte.
Sus ambientes se convirtieron en la salas de un museo, mientras que en la iglesia se sigue orando y pidiendo milagros. Sucede lo mismo en la catedral de Santa Catalina -estilo barroco, frontis inconcluso- que se erige en la plaza de Armas. Al frente está el templo barroco de San Francisco. Completan el panorama los jardines bien cuidados y un rosario de construcciones abalconadas con aire de pasado.
Los primeros pasos. Solo el principio. No hay que alejarse demasiado del centro para darse un chapuzón de historia en los Baños del Inca, donde Atahualpa recibió a los emisarios de Pizarro, para relajarse en la bucólica serenidad de la Granja Porcón, para conocer a las vaquitas de La Colpa que son llamadas por sus nombres cuando tienen que ser ordeñadas. Ellas lo entienden. Ellas son bien educadas.
Eso sucede todo el año. No solo en el carnaval, entonces, por qué esperar a que el calendario de una vuelta completa. Vamos, anímese, conozca Cajamarca, visite las
zonas arqueológicas de Kuntur Wasi, Cumbemayo y las Ventanillas de Otuzco, observe como se fabrica una guitarra en los talleres artesanales de Namora y, luego, explore el tramo del camino inca que conduce a la laguna de San Nicolás.
Allí podrá descansar, navegar, disfrutar de la paz y el sosiego. Esas mismas sensaciones lo acompañarán en los claustros del Santuario de la Virgen del Rosario de Polloc, un templo donde el arte religioso es divino y celestial por obra y gracia de los jóvenes que se forman en distintas especialidades en los talleres de la operación Mato Grosso, una organización fundada por el padre italiano Ugo de Censi.
En la iglesia se dará cuenta que Cajamarca es y será un destino inolvidable, más allá de su famosa celebración, con el perdón de las patrullas y comparsas, de los clones y las reinas y hasta del mismísimo Ño Carnavalón. Espero que no se resienta por lo que acabo de escribir o, peor aún, que pretenda vengarse de mí con mucha agua y pintura, la próxima vez que acuda a su alegre y grandiosa fiesta.
Infodatos
- Distancia: Cajamarca se encuentra a 856 kilómetros de Lima, a 255 de Chiclayo y a 299 de Trujillo.
- Altitud: 2750 m.s.n.m.
- Acceso: Desde Lima por vía aérea con los vuelos diarios ultra low cost de JetSmart. Una magnífica oportunidad para viajar cualquier día del año a la soleada Cajamarca.
- Sabor: En Cajamarca no deje de probar los quesos, el manjar blanco, la mantequilla, el caldo verde, las rosquillas, la cecina shilpida y, también, el pintoresco frito con ceviche, un extraña combinación de ceviche, papa y vísceras de cerdo.
Infotur agradece a la Municipalidad Provincia de Cajamarca para la realización de esta crónica.
Fotos y texto: Rolly Valdivia
INFOTUR LATAM
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