Cuando, en la noche del 24 de octubre de 2023, el taxista Juan López recogió a dos pasajeros que se dirigían a un hotel, en Acapulco, no imaginó que nunca llegaría a su destino.
La vida está llena de aprendizajes y Acapulco nos ha dejado dos grandes lecciones. La primera es que, con el cambio climático, el impacto de los fenómenos naturales se ha vuelto más imprevisible. Y la segunda es que cuando una ciudad apuesta, colectivamente, por un solo objetivo, puede levantarse hasta del peor de los escenarios
Llovía y el último pronóstico que conocía es que una lluvia torrencial iba a acercarse al puerto mexicano recién al amanecer. Sin embargo, el lenguaje claro de la naturaleza lo obligó a dejar a sus pasajeros a medio camino para que buscaran un lugar seguro. Jamás llegaría al hotel, y regresar a casa tampoco era una opción. Los enérgicos vientos apenas le dejaron avanzar unos metros. Con suerte encontró refugio en un edificio cercano, entró con el auto y resistió allí toda la noche.
Una hora antes, un grupo de huéspedes del Hotel Las Brisas regresaba de una cena que se realizó en el marco de la 35° Convención Internacional de Minería, que se celebraba esa semana en Acapulco. Diez mil visitantes adicionales se movían esos días por toda la ciudad.
Lo que sabía el personal del hotel, a esa hora, era que la tormenta tropical ya se había convertido en un huracán que tocaría tierra horas más tarde en otro punto del Estado de Guerrero. Era probable que pasara lejos de esas costas, pero de todos modos tomaron las precauciones necesarias: se abastecieron de agua, prepararon los generadores de electricidad, sumergieron el mobiliario de exteriores en las piscinas, convirtieron los baños en pequeñas habitaciones de emergencia, ya que eran las zonas más seguras de cada suite, y guardaron todos los objetos que podían romperse si el viento crecía.
Por eso, cuando llegaron los alegres huéspedes, fueron colocados, inmediatamente, en sus improvisadas habitaciones. Esa noche se cortaron las comunicaciones, la electricidad y el agua en toda la ciudad.
LA TRAGEDIA
Lo que pasó esa madrugada lo sabe solo la gente que vivió el terror que causaron aquellos vientos que llegaron al puerto con una velocidad de casi 300 km por hora. El protagonista de esta historia se llama Otis, una tormenta que se convirtió en huracán de categoría 5 en menos de 24 horas, que desvió su camino burlando todas las previsiones hasta llegar, casi caprichosamente, al puerto más turístico de México, convirtiendo los objetos que iba encontrando, a su paso, en proyectiles mortales y destructivos.
Las secuelas las vio el mundo al amanecer: el 80 % de los hoteles estaba dañado o destruido, hubo al menos 39 muertos, 58 torres de alta tensión estaban caídas, casi 400 mil personas quedaron sin luz ni acceso a internet o telefonía, miles de árboles quedaron abatidos o quemados por el viento, un auto empotrado en el lobby de un hotel: en suma, toda una ciudad en escombros.
“En algún momento tuvimos que poner la tristeza a un lado y comenzamos a limpiar esos escombros”, me cuenta Juan López, quien, cinco meses después de Otis, me conduce en su taxi desde el recuperado hotel Las Brisas hacia el restaurante del renovado hotel El Mirador, situado en los acantilados de La Quebrada. Desde allí veré el espectáculo de clavadistas que, desde hace 90 años, ha contribuido a la fama del balneario guerrerense.
En el camino, aún reconozco las cicatrices del huracán (palmeras decapitadas, árboles torcidos, vidrios rotos y paredes agrietadas), pero también el brillo que empieza a tener una ciudad que ha trabajado arduamente por volver a ser la Joya del Pacífico y el destino que enamoró a empresarios, inversionistas y artistas de todo el mundo. En menos de 6 meses se ha recuperado más del 50% de la infraestructura hotelera y residencial. Esto, en otras partes del mundo, tomaría, incluso, décadas.
Juan me comenta que la gente trabajó muchísimo, y así lo hicieron también el gobierno local y federal, el rubro hotelero y los principales restaurantes de la ciudad. La excusa fue arreglar la casa para el Tianguis Turístico México 2024, realizado en abril, una feria internacional que se originó en esa ciudad y que atrae cada año a miles de visitantes e inversionistas al país.
Desciendo del taxi en el hotel El Mirador, uno de tantos que guarda leyendas de las celebridades que han visitado el puerto. El escenario es adrenalínico. El acantilado desde donde se lanzan al mar tiene 45 metros de altura, los clavadistas menos de 18 años. El amor por su puerto es tan grande que apenas 42 días después de Otis volvieron a la actividad para contribuir con la recuperación de Acapulco.
Para saltar desde una altura mayor a la de las grandes competencias mundiales (sin ser clavadistas olímpicos) ellos y ellas deben desarrollar una relación casi instintiva con el mar. Deben aprender a leer las olas con los ojos y los oídos para elegir el momento exacto de la caída, tanto de día como de noche. Bajo la luz del atardecer, este espectáculo se convierte en una temeraria obra de arte.
Si algo ha caracterizado a Acapulco es la belleza de su paisaje compuesto de un mar abrazado por montañas boscosas, con fastuosos atardeceres que pueden verse casi desde cualquier parte de la ciudad. Sus 20 kilómetros de playas y la calidez de su gente hacen de este balneario un lugar que enamora rápidamente.
Sin embargo, sus playas no son el único atractivo. Con 15 km de longitud, la Laguna de Tres Palos, ubicada a solo 20 minutos de la ciudad, es un placentero remanso natural rodeado de manglares, palmeras y otros árboles que albergan unas 300 especies de aves.
Allí me dirijo, junto con un grupo de colegas invitados por el Fideicomiso para la Promoción Turística de Acapulco (Fidetur). El paseo en bote es muy relajante, pero la mejor parte es cuando Jesús Salas, nuestro guía, apaga el motor para hacernos escuchar el explosivo coro de miles de pájaros que habitan esos manglares.
También nos lleva a una zona donde podemos utilizar el barro de la laguna como una mascarilla facial. “Este barro es curativo y exfoliante, aquí venía Luis Miguel para echarse este barro”, comenta uno de los periodistas.
Sin duda, el puerto de Acapulco ha renacido de las cenizas y tiene para mostrar mucho más que sus atractivos turísticos. A la tradicional hospitalidad de su gente ahora se suma el paradigma de su resiliencia. Tal como dijo la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, durante la inauguración del Tianguis Turístico, “Acapulco ha renacido de la mano de todos los hombres y mujeres que aman profundamente esta tierra”.
Texto y fotos: Claudia Ugarte
INFOTUR LATAM
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